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La joven albañil que sueña con levantar su casa con sus propias manos

En medio del polvo, los ladrillos y el eco constante de las herramientas, una joven desafía los moldes tradicionales del trabajo. Con apenas 22 años, Jenniffer Liz Genez López empuña la cuchara de albañil con la misma firmeza con la que sostiene su propósito: levantar, desde los escombros de una infancia fragmentada, una vida nueva para ella y su hijo.

Su historia no comienza en una obra, sino en una pérdida. A los cinco años, la muerte de su madre marcó un quiebre irreversible. Lo que siguió fue aún más duro: la separación de sus hermanos y el abandono paterno. Cada uno de los siete hermanos fue enviado a hogares distintos, y Jenniffer, con apenas nueve años, ya conocía el peso del trabajo en el campo y las tareas domésticas bajo el régimen del criadazgo.

La vida la empujó temprano a la adultez, pero nunca logró quebrar su determinación. A pesar de la pérdida parcial de la vista —su ojo izquierdo ya no ve, y el derecho exige un esfuerzo constante—, Jenniffer se mantiene firme. “No guardo rencor, prefiero seguir adelante. Lo importante es no dejarse caer”, afirma, con la serenidad de quien aprendió a hacer de las cicatrices, herramientas.

Hoy vive en el barrio Pablo Sexto. Su hijo, de cinco años, está al cuidado de su abuela paterna, mientras ella trabaja incansablemente con la esperanza de reunir los recursos necesarios para comprar un terreno y edificar una casa con sus propias manos. «Aunque sea pequeña, quiero que sea nuestro lugar. Un techo donde mi hijo y yo podamos estar juntos», sueña en voz alta.

El oficio de la albañilería llegó a su vida en Argentina, durante un periodo de búsqueda y reinvención. Más tarde, trabajó en Asunción y Encarnación, hasta volver a su pueblo natal. Allí, la confianza de un contratista le abrió la puerta al rubro de manera definitiva. Desde entonces, no ha parado de aprender.

“Ya sé revocar, mezclar, preparar materiales. Estoy en constante aprendizaje, y cada día me esfuerzo un poco más”, cuenta. Su actitud y compromiso no pasan desapercibidos. Patrocinio Monzón, quien le dio su primera oportunidad en obras locales, no escatima en elogios: “Es incansable. Nunca llega tarde, siempre está atenta y colabora en todo. Se ganó el respeto del equipo”.

Pero más allá de la técnica y la destreza, Jenniffer lleva algo que no se enseña en ninguna capacitación: resiliencia. No quiere lástima, sino igualdad de condiciones. A otras mujeres que dudan en incursionar en oficios dominados por varones, les lanza un mensaje claro: “Este trabajo no tiene género. Si te lo proponés, podés. Nosotras también podemos mantener a nuestras familias con dignidad”.

Cada ladrillo que Jenniffer acomoda, cada mezcla que prepara, es también un gesto de resistencia. En un país donde muchas historias como la suya quedan en el anonimato, ella se alza como un símbolo de superación silenciosa. Está construyendo más que paredes: está edificando esperanza. Una casa, sí, pero también un futuro sin techos para sus sueños.