Cuando Wilson y Willy Park hablan de identidad, no lo hacen desde un libro ni una teoría. Lo hacen desde la cocina. Hermanos, hijos de inmigrantes coreanos, crecieron en Paraguay con una mezcla única de sabores, costumbres y valores. De esa convivencia nació Kimchi Club, un emprendimiento que logró algo impensado años atrás: que el kimchi, el fermentado tradicional coreano, se vuelva parte del menú cotidiano de muchas familias paraguayas.
Wilson llegó al país con su familia en 1976, siendo apenas un niño. Aunque nació en Corea, su formación, sus amistades y sus primeros trabajos fueron todos en tierra guaraní. Esa doble pertenencia fue marcando su manera de ver el mundo y de construir. “Somos coreguayos”, dice con una sonrisa, resumiendo en una palabra lo que su historia representa: la unión de dos culturas que parecían lejanas, pero que encontraron armonía en lo cotidiano.
El kimchi siempre estuvo presente en casa, como herencia, como tradición. Pero fue recién cuando decidió emprender junto a su hermana que esta receta familiar tomó forma de proyecto. Willy guardaba celosamente los secretos culinarios de su madre y juntos comenzaron a trabajar en una propuesta adaptada, accesible y auténtica. Lo que empezó como una pequeña producción artesanal, pensada para amigos y conocidos, rápidamente se transformó en un producto con alta demanda. El primer lote de 50 kilos se vendió en un solo día.
Hoy, Kimchi Club produce más de 3.000 kilos mensuales y sus productos están presentes en más de 120 puntos de venta entre Asunción y Gran Asunción. Además del kimchi tradicional, ofrecen variedades vegetarianas, opciones picantes y creaciones propias como chorizos parrilleros, rollitos primavera y dumplings con kimchi.
El auge de la cultura coreana —con el K-pop, los dramas televisivos y las redes sociales— ayudó a que el público local se acerque con curiosidad. Pero fue el sabor, la calidad y la propuesta sincera de los Park lo que generó fidelidad. “La gente primero lo prueba por moda, pero se queda por gusto”, cuenta Wilson.
Más allá de lo comercial, el proyecto tiene una motivación clara: promover una alimentación más saludable. “En Paraguay se consumen pocos vegetales. El kimchi es una forma sabrosa y diferente de incorporarlos a la dieta”, explican. Reconocido por la UNESCO y valorado en todo el mundo por sus beneficios probióticos, el kimchi se volvió, también, un aliado de la salud.
Lo que nació en una cocina familiar hoy es una marca con identidad propia y una visión clara: seguir creciendo, innovando y llevando la fusión coreano-paraguaya a otros rincones del continente. Porque para Wilson y Willy, alimentar también es una forma de contar quiénes somos.